Pérdidas históricas
   
 
 

De acuerdo con los registros de las bases de datos de desastres, entre 1970 y 2007 hubo cerca de 11 mil víctimas mortales y 38 mil viviendas destruidas causadas por movimientos en masa. De los miles de movimientos en masa que han generado impactos en las últimas cuatro décadas, en cerca de 260 ocasiones los efectos han superado las 20 víctimas mortales y 50 viviendas destruidas en cada uno de los países. Con pocas excepciones, entre 1970 y 2007 cada año se presentó al menos un desastre de esta magnitud (Figura 4.3), y en algunos se presentaron varios durante periodos de intensas lluvias asociadas con fenómenos climáticos regionales, por ejemplo en Ecuador y Perú en 1998 por el fenómeno de El Niño y en Colombia en 1971, 1994 y 1999.

Los movimientos en masa hacen parte de los fenómenos que dejan más pérdidas de vidas y viviendas en la subregión.

 

Fuente: EPN (2008), ITDG (2008), OSC (2008) y OSSO-EAFIT (2008). Bases de datos de desastres, DesInventar.

 

Entre 1970 y 2007 se han reportado cerca de 11 mil movimientos en masa con pérdidas de vidas y bienes, casi uno por día. Si la capacidad de registro de las pérdidas fuera más detallada, los datos serían inmensamente mayores y quizás ayudarían a incrementar la conciencia frente a ellos, como problema socioambiental que causa enormes daños acumulados.

 

Un ingrediente fundamental en la ocurrencia de muchos de estos impactos ha sido la intervención humana de terrenos a través de actividades de minería, corte de taludes para construcción de vías o procesos de ocupación urbana. En cada país hay ejemplos representativos de esta interacción entre la sociedad y la naturaleza. En Bolivia se registran varios desastres con pérdidas de vidas, destrucción de infraestructura y medios de producción ocurridos en la zona aurífera más rica del país, siendo el deslizamiento del 2003 en Chima uno de los de mayor impacto, con 24 víctimas y 45 desaparecidos.

En Ecuador dos desastres representativos fueron el deslizamiento en la zona minera de Nambija (1993), donde murieron cerca de 200 mineros por colapso de túneles, y el deslizamiento de La Josefina (1993), que formó una represa natural que colapsó un mes después y provocó 35 víctimas mortales, más de 6 mil damnificados y daños en cultivos, vías y viviendas a lo largo de más de 100 kilómetros (Zevallos, 1994). Un caso similar se presentó en Perú (1974) cuando cientos de personas del pueblo Mayunmarca perdieron la vida por el desbordamiento de la represa formada por un deslizamiento en el río Mantaro. En Colombia la urbanización de laderas, las copiosas lluvias y la consecuente saturación del suelo fueron determinantes en el desastre en el sector de Villatina de la ciudad de Medellín (1987), donde murieron cerca de 500 personas, 100 viviendas quedaron destruidas y hubo 1 700 damnificados (García, 2005). Es el mismo caso de La Paz (Bolivia), donde la incontrolada urbanización en laderas se combina con las características geológicas y la abrupta topografía, lo que ha generado condiciones de riesgo que ocasionan pérdidas continuas, principalmente en viviendas.

Aunque en los cuatro países hay registros de impactos asociados con deslizamientos y flujos de detritos, la pérdida de vidas y viviendas por los segundos es comparativamente mayor en Colombia y Perú (Mapas 34, 35, 36 y 37).